16/10/2020

¿Por qué tenemos que reducir el consumo de alimentos de origen animal?

Llevar una alimentación basada en plantas, o disminuir el consumo de productos de origen animal, no es caro, no es difícil, puede generarnos beneficios a la salud. Pero hay otros motivos para considerar la idea de seguir una dieta basada en plantas si todavía no lo hiciste.

En primer lugar, tiene sentido por los animales: si amamos a nuestras mascotas y nos encanta ver videos de gatitos o acariciar a un perro por la calle, ¿por qué nos comemos a otros animales que tienen la misma capacidad de sufrir, encariñarse y de tener intereses igual que estos? Siempre digo que no hace falta ser FAN DE LOS ANIMALES para darnos cuenta de que algo está mal si elegimos comerlos teniendo otras opciones. A esta altura, ya sabemos que, lamentablemente, los animales criados en el contexto de la industria alimentaria padecen una explotación terrible y sufren muchísimo durante toda su vida. Para que el sistema produzca la gran cantidad de alimentos de origen animal que demandamos, la agroindustria ha diseñado un sistema súper eficiente de producción en el que los animales son torturados y explotados de las formas más crueles. A excepción de algunos casos, como los bovinos que pastorean, la mayoría de los animales atraviesan gran parte de sus vidas encerrados, hacinados y violentados, sin ninguna posibilidad de satisfacer sus instintos y necesidades emocionales (como explorar o socializar, y ni hablar de recibir algún tipo de afecto). A pesar de que aún existan muchas culturas que dependen de los animales para subsistir, la mayor parte de la población habita en ciudades donde la disponibilidad de alimentos es amplia y diversa, lo que hace posible optar por una dieta que no se base en el sufrimiento innecesario de seres sintientes e inocentes. 

Cada tanto en reuniones o en redes sociales escuchamos que llevar una alimentación basada en plantas es de tilingo, que es un asunto de personas con muchos privilegios que no tienen de qué preocuparse en sus vidas o que implica que vivís en una burbuja y que no te importan los problemas graves de la humanidad como la pobreza, la desigualdad social o la corrupción política. No es así, sino que también tiene que ver con querer un futuro sustentable para todxs.

De hecho, desde hace un tiempo, se está hablando de un concepto llamado “la dieta para la salud planetaria”, que cambia el foco desde la salud individual hacia la salud colectiva, contemplando incluso el ambiente. Esto tiene mucho sentido porque somos bichos sociales que dependemos de un entorno que hemos estado usando de manera irracional y desmedida en los últimos siglos. Agostina Mileo, @labarbiecientifica en Instagram, comunicadora científica y Licenciada en Ciencias del Ambiente, nos ayuda a entenderlo mejor. En general, cuando pensamos en una alimentación saludable, consideramos qué comidas pueden proveer a una persona con los nutrientes que le permiten satisfacer las demandas del organismo para llevar una vida activa. Pero Agostina me contó que, como se estima que en 2050 la población mundial será de 10.000 millones de personas, hoy en día no solo debemos considerar el aspecto nutricional de las dietas, sino también el impacto ambiental de la producción y consumo de los alimentos que incorporamos en nuestro día a día. “Las dietas vegetarianas y veganas aparecen no solo como una opción para quienes consideramos injusta la explotación animal, sino también para quienes quieren luchar por una política de soberanía que entienda los recursos naturales como bienes comunes”, dice Agostina.

En relación a esto, hablé con Ezequiel Arrieta, becario doctoral del CONICET que está haciendo su tesis sobre dietas sostenibles y saludables en Argentina, y me contó que la producción de comida es uno de los principales motores de la degradación ambiental a escala mundial, mucho más que el transporte, la minería, o la extracción de petróleo. Por mencionar algunas cosas, actualmente a escala global la producción de comida requiere del 40% de la superficie terrestre, el 30% de la energía que producimos, el 70% del agua dulce que extraemos y es responsable del 30% de los gases de efecto invernadero que emitimos a la atmósfera. Pero nos quedamos cortos si solo miramos la tierra y la atmósfera, ya que el océano también se ve afectado: el 60% de los sitios de pesca se encuentran al límite de su uso y un 30% sufre de sobre-pesca, poniendo en jaque también a los recursos marinos. Todo esto contribuye a la reducción de la cantidad y calidad de ecosistemas naturales, con graves consecuencias para la biodiversidad y los beneficios que obtenemos de la naturaleza.

Pero hay un dato interesante: para la producción de alimentos de origen animal se explotan muchos más recursos naturales que para la producción de otros alimentos. En líneas generales, los alimentos de origen vegetal usan menos recursos y emiten menos contaminantes que los alimentos de origen animal. Por ejemplo, a diferencia de las legumbres, los cereales, las frutas y las verduras, producir carne (especialmente de vaca) requiere de enormes superficies de tierra. De todas las tierras del mundo utilizadas para producir alimentos, más o menos el 70% está destinada a la ganadería, mientras que el porcentaje restante está ocupado por cultivos. De esos cultivos, un tercio es utilizado para alimentar a esos animales. La demanda creciente de carnes que se viene dando desde hace 60 años, tanto por el aumento del consumo por persona como por el incremento poblacional, representa el principal motor del avance de la frontera agropecuaria y de la destrucción de ecosistemas naturales, principalmente selvas y bosques. Esto es ALTO PROBLEMA, porque estos maravilloso espacios naturales contienen casi toda la biodiversidad del mundo (mucha que aún no conocemos), almacenan el agua de las lluvias y la liberan de a poquito para que podamos aprovecharla en lugar de inundarnos, son una fuente inagotable de plantas que podemos usar como medicamentos y son geniales para transformar el dióxido de carbono de la atmósfera en más bosques y selvas, algo importantísimo ante la urgencia de hacer algo para zafar del cambio climático. Es insostenible continuar con este nivel de consumo de carnes a costa de un uso irracional y desmedido de los recursos naturales. 

Desde nuestro lugar, podemos alimentarnos de una forma que implique una producción de alimentos más sostenible. En primer lugar, obviamente, un cambio interesante sería reducir o eliminar nuestro consumo de carnes y lácteos. Por otro lado, tenemos que evitar desperdiciar comida, no solo nosotres en nuestras casas, sino como sociedad: hay que buscar fomentar la sustentabilidad en toda la cadena de comercialización de comida, porque no puede ser que aproximadamente el 30% de la producción mundial de comida se desperdicie cada año. Sí, 30%, yo también me quiero matar. Es hora de exigir formas sostenibles de producción a gran escala. Lo bueno es que eligiendo reducir tu consumo de carne y lácteos, estás haciendo un montón, no solo por tu salud, sino por la salud de nuestros ecosistemas y la sostenibilidad ambiental.

Por otro lado, desde la perspectiva de la salud pública, ya hay consenso en los beneficios de la reducción del consumo de alimentos de origen animal. Desde la epidemiología nutricional, disciplina que estudia la ocurrencia de enfermedades a escala poblacional vinculando la ingesta de alimentos y nutrientes con las enfermedades, se está viendo que el consumo excesivo de carnes rojas y lácteos están vinculados con diferentes patologías. Las carnes rojas, con la diabetes tipo 2, con algunas enfermedades cardiovasculares (como el infarto de corazón) y algunos tipos de cáncer (como el de colon); la leche, con el cáncer de próstata y de mama. Hoy en día, las guías alimentarias más actualizadas están quitándole a estos alimentos la etiqueta de “necesarios”, para pasar a ser “opcionales dentro de un margen razonable”. Por la salud del planeta y de nosotres, reducir el consumo de productos de origen animal tiene muchísimo sentido.